Por Manuel Merlo
Fotos: Alejandro García
El jueves por la noche, día anterior al estreno de Shirley Valentine en la Plaza de Armas de las Murallas Reales de Ceuta, no se presagiaba nada bueno respecto a la actuación de Verónica Forqué al día siguiente. Ráfagas fuertes de viento de poniente pusieron muy nerviosos a los técnicos de montaje de la función, que veían como las estructuras de luces y ciclorama se tambaleaban, incluso llegando a peligrar la seguridad en algún instante.
Nuestros vientos hicieron pasar malos momentos a los que andábamos en el intento de montar algo bello para la función. Hubo que eliminar algún que otro elemento de la primera escenografía y reforzar con muchísimo contrapeso las patas de las torres del ciclorama y gasa de fondo…
Más como dice el refrán: “Los gitanos no quieren buenos principios”; todo el viernes mientras se completaba el montaje y se colocaban y numeraban las sillas, algunas rachas de viento, volvían a intervenir arrasando con filas completas de asientos y vuelta a colocar de nuevo.
Llega la noche de la función y todos pendientes del ondear de la bandera que nos indicaba la fuerza y dirección del viento, y como si de un milagro se tratara, se produce una calma chicha y aparece la magia de una bella noche con su luna menguante como testigo sobre el sur del entorno amurallado, se apagan las luces de la plaza y se ilumina el escenario central.
Verónica Forqué estaba allí, sola, no en un monólogo, sino en una obra en solitario metida en la piel hasta el tuétano de Shirley Valentine, personaje creado por Willy Russell y adapatado para el maravilloso trabajo de la Forqué por Nacho Artime y bajo la dirección de Manuel Iborra (esposo de Verónica). Dos escenografías bien diferentes y diferenciadas de Andrea D’odorico una cocina de un hogar de clase media baja y una playa de una isla de Grecia.
A pesar de tener un contrincante importante como era la inauguración de los JJ.OO. de Londres, cerca de 600 personas se dieron cita en el recinto amurallado para disfrutar de un acontecimiento histórico: Verónica Forqué en una más que magistral interpretación, brillante, lúcida, ágil, fresca, cómica, dramática en los momentos precisos, silencios sobrecogedores, infinidad de registros vocales, corporales, gestuales, sin ningún tipo de estridencias escénicas, con una ocupación del espacio sorprendente y una interacción entre su personaje y los que cobraban vida en sus comentarios, que hicieron reir al público, carcajear, soñar, gemir y hasta soltar alguna lágrima. Una estrella en el escenario llena de resortes de calidad, cadencias, matices, inflexiones, susurros… de una maestría sorprendentes, que harán que el público asistente recuerden y comenten durante años lo presenciado en esa noche mágica de las Murallas Reales.
Crear la mágia teatral fuera de un escenario propio, como pudiera ser el de un teatro cerrado, no es fácil. La Consejería de Educación, Cultura y Mujer dentro de su programación de Verano en las Murallas, como era de esperar puso al frente de una muy dificil tarea a los dos excelentes profesionales y maestros de la maquinaria escénica, José Sedeño y Ángel Peralta, ayudados en la parte técnica de iluminación y sonido con el maravilloso equipo de Alba Sonido, Oscar, Abderrahman, Ico, Cristian y a alguien que le correspondió la más dificil parte, sonorizar la voz de una sola actriz en aquel marco, que aunque bello, tiene muchas dificultades para el sonido; ahí estuvo Emilio, que consiguió un sonido tan perfecto que parecia como si Verónica Forqué nos dijera el texto a cada persona al oido. Auténticamente de maestros.
Maravillosa noche de teatro de las que hacen época y crean historia.